Esas lindas féminas se hicieron notar. Muchísimas flores brotaron de las plantas retoñadas, y el aroma, abuelo, ¡de su néctar! Arbustos, hierbas, enredaderas, se expandieron a lo largo y ancho. Aquí y allá se formaron matorrales tupidos de diversidad. Fueron tal vez los primeros refugios para animales exploradores. Un día escuché en voz callada de las plantas: “protege nuestro suelo de las pisadas de los caballos y los toros” y ya nunca más volvieron a entrar por aquí.
El monte va tejiendo sus marañas impenetrables de bejucos, ramas y espinas, haciendo sombra. A su ritmo, la vida exuberante de la piel de la tierra va narrando su desenvolvimiento. Ya no es lo que era, abuelo. El oso palmero duerme por aquí de vez en cuando, bajo los matorrales. Y las gallinetas cantan en la tarde y las guacharacas y las pavas y ese pájaro nocturno que tanto me fascina, el aguaitacaminos, ya se camufla entre el suelo de hojarasca. Los armadillos y las lapas parecen ser los responsables de los agujeros que se miran en la tierra. Pájaros, flores de mariposas, texturas de plantas, una boa de cola roja… La manga se convirtió en hogar y fuente de alimento para la vida silvestre, incluso para nosotros. Las badeas aparecen aquí sembradas por los pájaros. Cultivamos una huerta al lado de este bosque joven y hoy cosecho plátanos que juegan a las sombras con los árboles que nos inspiran a dejar que el monte se despliegue libre por los potreros. Me siento a recordar lo que era, mientras el colibrí madrugador bebe el agua de rocío que se almacena en las hojas de los plátanos. Al prosperar el monte, la manga se convirtió en una escuela de la memoria natural. Aquí se cultiva la piel nativa de este territorio.
Con el tiempo, el bosque va madurando y se va haciendo más complejo, más biodiverso. Ahora las palmas abuelo, que tanto nos fascinan, aparecen por todas partes, enriqueciendo esta comunidad de seres vivos. Traerán más alimento a los animales y embellecerán las alturas con su sonido de mar, mecidas por el viento. Gracias abuelo por dejarnos esta tierra donde soñamos que siga retoñando la memoria.
TerraViva fundación contribuye a la conservación del bosque nativo y a la protección y el manejo de paisajes de restauración natural en la Finca El Silencio, Resguardo de Vida Silvestre, una iniciativa de sanación del territorio en el piedemonte llanero en el Municipio de Cumaral, Meta.