¿Te acuerdas abuelo, cómo era este lugar cuando éramos niños? Nosotros, maravillados en el campo, te seguíamos por el pastizal escondiendo el lazo detrás del cuerpo y ofreciendo la otra mano que simulaba tener panela. A los caballos les encantaba la grama dulce de este rincón del potrero. O veníamos en busca de naranjas, mandarinas y mangos. Aquí recibí mi primera picada de avispa una mañana que vinimos a bajar mangos. La oreja se me puso roja y grande. Ese árbol era una de las pocas fuentes de sombra de la manga, así le decíamos a este rincón.
Bueno, ahora tengo el gusto de contarte que de ese pastizal no queda prácticamente nada. La sombra de la piel de la tierra ha retoñado con ímpetu. Ahora el horizonte ha sido enriquecido con cientos de texturas de palos y matorrales que se erigen vigorosos hacia el cielo. Era un pedazo más de potrero, pero hoy, la manga es uno de los paisajes más interesantes de la finca. Un bosque está latiendo en el devenir.
Los árboles, abuelo, son los seres más maravillosos y han estado contándome la historia de este lugar. Dicen sin palabras que hubo un tiempo en que los hombres trabajaron duro para que la manga no fuera devorada por el monte. Muchos retoños de árboles que nunca pudieron ser árboles fueron cortados, arrancados y fumigados. A esto le llamaban “limpiar” la finca. Ustedes pensaban que una finca bonita y bien cuidada no podía estar enmalezada. Cuestión de gustos, tal vez. Cuestión de lenguaje. Yo luego aprendí que esa enorme diversidad de plantas a las que muchos aún llaman maleza, no son malas y aprendí un nombre apropiado para ellas: arvenses.
Hace años estoy leyendo en el paisaje esta historia de cómo la manga se ha hecho monte. Cuando las malezas dejaron de ser malas y se pusieron un nombre bonito, comenzó a ser bonito dejarlas aparecer en el paisaje del potrero. Pero la verdad es que las arvenses no se esperaron a ser rebautizadas. Ellas no necesitaban un nombre, sólo querían prosperar. Siempre han estado retoñando. Los hombres se esforzaron por controlar su potencia germinadora hasta que el tiempo trajo nuevas circunstancias, nuevos pensares y nuevas raíces en la memoria de nuevas generaciones de hombres encantados por las sombras, los sonidos, los aromas y los animales del bosque. Tú te hiciste más viejo abuelo, yo me hice joven. La manga encontró la paz por la quietud del trabajo y el olvido de los hombres que temían a las malezas. Con el olvido vino la memoria.
Los caballos y el ganado siguieron visitando la manga pero las arvenses y los árboles pioneros como los punta de lanza, los yarumos y las diferentes variedades de tunos y hasta los guamos, encontraron por fin el momento de crecer desenfrenados.